Entrevista a Víctor Clavijo, por Isra Álvarez, para 20minutos
El actor interpreta al Gran Hermano en la ficción sonora de Audible que recrea la novela '1984', de George Orwell.
En la novela 1984 el escritor George Orwell imaginó una sociedad en la que el individuo está permanentemente controlado por el poder, hasta en las facetas más íntimas y donde cualquier pensamiento no autorizado está prohibido y es severamente castigado.
Audible, empresa de Amazon y distribuidor mundial de contenido digital de entretenimiento en audio presenta ahora 1984, una adaptación original de Audible basada en la novela homónima. Esta ficción sonora original española cuenta con una banda sonora original obra de Matthew Bellamy, cantante y compositor de Muse, e Ilan Eshkeri, de la versión anglosajona, y las voces de Elena Anaya (Julia), Eric Masip (Winston) y Gonzalo de Castro (O’Brien) como narradores principales, y Víctor Clavijo dando voz al Gran Hermano.
¿Cómo ha sido meterse en este papel de dictador omnipresente de la novela de Orwell?
Divertido y un honor. Primero por interpretar al personaje más referenciado de la novela de Orwell, evidentemente, el que más sobrevive la propia novela, porque todo el mundo se acuerda del Gran Hermano. Divertido volver a reencontrarme con él. Leí la novela hace muchísimos años y lo que no recordaba es que salía tan poco. Ha sido muy divertido volver a hacerlo y darle ese carácter dictatorial que tiene el personaje, de dictador amable, dictador a veces muy severo, con este punto de discursos de los dictadores de antaño. Ha estado curioso.
El Gran Hermano SIEMPRE OS VIGILA.
— Víctor Clavijo (@VctorClavijo) November 5, 2024
Ya está en @Audible_ES 1984, de Orwell
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¿Son muy diferentes esos dictadores de antes de los que aún quedan?
Ten en cuenta que Orwell escribió la novela a finales de los años 40 y el rollo de los discursos está un poco contaminado por los dictadores de aquella época. Los dictadores de hoy utilizan quizá otro tipo de subterfugios. Evidentemente la novela no pasa de moda porque todo de lo que habla está en boga, solo que hoy en día está un poco camuflado. Quizás a lo mejor las formas de la novela se quedan antiguas, pero el fondo sigue siendo el mismo, que es lo preocupante.
Se supone que es una distopía, pero hoy en día no lo parece tanto...
Lo predijo Orwell muy claramente. Yo creo que es la primera novela distópica, pero el mundo en el que vivimos tiene mucho de 1984. Cada vez más estamos en un mundo hiper mega vigilado en el que la historia la cuentan los medios de comunicación y te van cambiando la historia también, como ocurría en la propia novela. El que tiene la narrativa o la narración o el relato es el que domina todo. Ya se dio cuenta Orwell de ello. Desde luego, de una manera o de otra, en gran parte lo que vivimos hoy ya estaba en esa novela.
¿Cómo es preparar un papel cuando lo único que va a quedar registrado es su voz y no su aspecto?
Cuando uno trabaja en ficciones sonoras, en audiolibros, sabe que el único elemento con el que cuenta es la voz y tiene que darle toda la intención a través de la inflexión tonal. El público, en este caso el oyente, no tiene la referencia de tu gesto y los silencios no cuentan en la ficción sonora, ni en la radio. En la imagen sí, donde la mirada cuenta el subtexto. En la ficción sonora, en todo lo que sea sonoro o en la radio, también en los audiolibros, todo tiene que estar expresado a través de la voz. Todos los matices tienen que darse a través de la voz.
¿El audiolibro y las ficciones sonoras como 1984 está viviendo una nueva edad dorada?
Yo en radio llevo mucho tiempo haciendo ficciones sonoras, particularmente con Radio Nacional de España y es maravilloso. Antes RNE tenía y las radios tenían un cuadro de actores permanente, en los años 40, 50, 60, y se hacía lo que llamaban antes los dramáticos, cada dos por tres. Y el público en las casas oía muchas obras de teatro y muchos guiones originales a través de la radio. Era un lugar estupendo de formación de actores. Eso ha desaparecido, pero en Radio Nacional de España ha vuelto a recuperarlo a través de la ficción sonora. Para mí siempre es un disfrute trabajar en ese campo. Con los audiolibros sí siento que hay una especie como de resurgir, a través también del podcast también. Obedece seguramente a que intentamos como consumidores de ficción aprovechar cualquier hueco para que nos cuenten historias. En el gimnasio, en el coche, en el metro… tenemos la posibilidad de seguir consumiendo historias gracias a los auriculares, gracias a los móviles. Creo que eso ha puesto mucho más de moda los podcasts, los audiolibros y las ficciones sonoras.
La policía del pensamiento que aparece en el libro, ¿se parece mucho a lo que hoy en día es lo políticamente correcto?
Muy interesante la pregunta que haces, porque sí creo que es verdad que hay una policía del pensamiento que no hace falta que sea un cuerpo policial a cargo del Estado. Hay una policía del pensamiento en cualquiera de nosotros como consumidores de redes sociales. Entras en Twitter y cualquiera es policía del pensamiento. Uno mismo puede ejercer de policía del pensamiento, muchas veces como usuario de redes sociales y otras veces le ejercen a uno de policía del pensamiento otros usuarios. El hecho de tener acceso directo a otras personas con las redes sociales y de poder expresar tu opinión libremente, hace que te enfrentes a que haya gente a la que no le guste. Una cosa es la censura y otra cosa es ser víctima de lo políticamente correcto. No creo que haya censura, no creo que exista censura como tal. O la hay en ciertos aspectos, o en ciertos medios seguramente sí la haya con ciertos temas, pero uno públicamente puede expresar lo que le dé la gana. Otra cosa es que te expones a que no le guste a todo el mundo. Y sí, efectivamente hay una policía del pensamiento, que son el resto de usuarios, el resto de mortales que ya se encargan de decirte que bien o mal aquello que has dicho.
En el libro se expone que la neolengua prohíbe ciertas palabras, para que ni siquiera pueda pensarse en ciertos conceptos… ¿La palabra es lo más poderoso que existe?
Sí, sin duda. Pero también es verdad que yo, por ejemplo, en las redes sociales he compartido vídeos que venían a demostrar que el subtexto es a veces más importante que el propio texto, que a veces el texto es un pretexto para contar otras cosas. En el trabajo, los actores contamos con la herramienta del silencio, de la intención, de la mirada, para poder decir lo contrario de lo que está diciendo el texto. Evidentemente la palabra es importante, pero en el terreno que nos compete a los actores y el hueco que nos queda en el audiovisual, sí nos queda un espacio para contar algo más allá de las palabras. Por tanto, lo que no se dice sí existe también.
(faltaba texto en el original) ... momento se da cuenta de que no, ¿nos pasa eso también a todos hoy en día?
Totalmente. Hoy en día es casi imposible, aunque uno quiera hacer el ejercicio de libertad y de estar fuera del sistema como un acto revolucionario, lo que me parece maravilloso. Ojalá yo pudiera también, pero creo que incluso aún así es complicado porque el sistema está diseñado para que el sistema tenga tus datos. Si te quieres abrir una cuenta bancaria ya va a tener tus datos. Si quieres bajarte una aplicación de móvil ya va a tener tus datos. Si quieres cualquier cosa, va a requerir tus datos. Vivir fuera del sistema sin esos datos hace la vida virtualmente imposible. Hoy en día es prácticamente imposible vivir fuera del sistema, al menos si quieres tener las comodidades de la vida moderna.
¿El arte puede luchar de alguna manera contra eso?
Supongo que a lo mejor sí, porque de hecho Orwell ya lo hizo con su novela y hay películas y obras que denuncian esto. Luchar.. no sé si la palabra es crear conciencia o hacer que la gente se dé cuenta, aunque yo creo que la gente se da cuenta. No hace falta que venga ningún actor o ninguna novela para decirle lo que está ocurriendo. En cualquier caso, creo que el sistema es tan perverso que utilizaría el arte para criticar lo que está ocurriendo y al mismo tiempo lucrarse con esa crítica. Es como cuando el Che se convirtió en una marca. No hay nada más perverso que eso, un símbolo anticapitalista que el capitalismo utiliza para sacarle rendimiento.
Hizo usted de Lope de Vega en el Ministerio del Tiempo, ¿ese tipo de papeles marcan? ¿Alguno que se le quedó especialmente grabado?
El Lope de Vega desde luego. Fue un personaje que me trajo muchas alegrías. Cuando estaba haciendo la serie me estaba divirtiendo muchísimo, pero no calculaba que iba a tener esa repercusión, ni la serie ni el personaje. Me ha dado muchísimas cosas maravillosas y siempre le agradeceré a Javier Olivares y a Pablo Olivares, que ya no está entre nosotros, que me diesen esta oportunidad. Le debo muchísimo. Es uno de mis personajes favoritos, sin duda. Pero quizás a lo mejor por cercanía y porque hace poco lo he estrenado y me lo he pasado muy bien está el marqués de la serie El Marqués [Telecinco]. Es otro de los personajes que más he gozado en mi carrera, porque está en las antípodas de lo que soy yo. No tiene nada que ver conmigo, pero me lo pasaba muy bien haciendo a este hijoputa.
¿Donde encuentra la diversión en hacer ese tipo de papeles?
En irte lejos de ti y en sacar cosas que uno lleva dentro y que no las saca si no es a través del personaje. Todos tenemos todos los matices dentro de nosotros mismos. Yo tenía un profesor de interpretación que decía que todos los personajes están dentro de uno. La otra cuestión es que tú, al desarrollar tu carácter, le has dado más valor a ciertas cosas, a ciertos aspectos que conforman tu personalidad. Pero todos los matices de la riqueza de las personalidades humanas están dentro de uno mismo. Se trata de que sencillamente sepas buscar dónde está ese marqués hijoputa en ti y darle voz y darle salida y divertirte haciéndolo.
¿Es un desahogo de todo lo hijoputa que uno no puede ser en la vida diaria?
Hombre, tanto como eso... Yo nunca llegaría a asesinar a nadie como hace este hombre, evidentemente. Pero es una manera de.. tampoco te voy a decir una manera de expresarte, porque la interpretación es mucho más complejo que eso. Uno saca cosas de uno, pero no quiere decir que yo tenga el marqués por completo dentro porque este personaje es machista, homófobo, clasista… al mismo tiempo, es un tipo con una gran inseguridad y un complejo de inferioridad muy grande. Pero sí que es verdad que pequeñas cosas de ese personaje sí pueden estar en uno. Uno puede sentirse clasista en ciertas ocasiones y reconocer y decir ‘yo con esto soy clasista’. Lo reconozco, mea culpa, pero soy humano. Yo tengo este complejo de inferioridad con otras cosas o he podido tener micromachismos en alguna ocasión sin darme cuenta. Pues todas esas cosas están dentro de uno. El interpretar un personaje de estas características permite agrandarlas, sacarlas y divertirte expresándolas, lógicamente porque sabes que no es verdad. Tienes el permiso para jugar a hacer algo que no eres tú. Eso es lo divertido de la actuación.
Empezó muy joven, ¿de niño era consciente de que sería actor?
No tan consciente como como uno lo hace cuando ya es adulto y entiende en qué consiste el trabajo de actor, que es mucho más complejo, por supuesto. Pero sí, claro, de pequeño me gustaba disfrazarse en casa, me disfrazaba con las cosas que encontraba en el armario de mi padre y de mi madre e inventaba personajes. Ahí ya empezaba a estar el actor, la necesidad de ser otro y de darme el permiso de expresarme a través de la máscara de otro, que es otra de las cosas divertidas de la actuación. Uno se expresa a sí mismo a través del permiso que le da otro personaje. Sí, ya me gustaba de pequeño.
Durante la pandemia hizo feliz a mucha gente con aquellos recitales de poesía, se hizo muy viral...Yo no fui consciente de a dónde podía llevar eso. Es verdad que lo hice por mantenerme entrenado y en activo y en segundo lugar, por una vocación de intentar aportar algo que aliviase el terror, el miedo y la desesperación. Uno veía de repente a los sanitarios, a los reponedores de los supermercados, a las cajeras, a los policías, a mucha gente aportando y haciendo cosas. Y uno decía pues desde el lugar que me que tengo yo, que no soy el más importante en la sociedad, a lo mejor puedo aportar un pequeño granito de arena con mi oficio. Y lo hice con esa vocación de intentar compartir un poco de lo que sabía hacer. Si a alguien le podía aliviar eso, pues perfecto. Y sentí que efectivamente ocurría. Había gente que me decía "oye, muchas gracias, me alivia el poema, me reconforta", o si era algo divertido y en clave de comedia, "me río mucho". Y de repente me reconcilié con la utilidad de nuestro oficio. Esto lo he dicho muchas veces, pero es verdad. Uno puede al final convertirlo en algo que le da satisfacción a uno mismo, para satisfacer su propio ego artístico, pero hay una utilidad social en nuestro trabajo que muchas veces se nos olvida. Y esto me ayudó a reconciliarme, a entenderla o a recordar la utilidad social de nuestro oficio, que no solamente es entretener, es aliviar, es reconfortar, es divertir, es dar una posibilidad para escapar de la realidad.
Hablaba de hacer reír… es que recitó La gasolina y otras canciones de reguetón, ¿cómo se le ocurrió?
Pues me lo sugirió un amigo dominicano que es actor y que vive en Nueva York. Él me vio recitar a Lope de Vega, Quevedo, Calderón... y me dijo de broma por WhatsApp "sí, sí, con Quevedo muy fácil, y con Calderón, ¿a que no lo haces con una canción de reguetón?". Y dije pues venga, voy a intentar con La gasolina y la recité leyendo el texto, pero en plan serio y lo lancé como un reto. Ahora, lo que no calculaba es que iba a llegar a donde llegó.
¿Cuando se dio cuenta de que tenía una voz especial?
Ya de adolescente, a los 15 o 16 ya empezaban a decírmelo, pero yo no le daba ninguna importancia. Cuando me vine a estudiar Interpretación a Madrid ya sentí que podía, aparte de estudiar en la RESAD, en la Escuela Oficial de Arte Dramático, sacar un poco de partido y estudié también doblaje en una en una academia, pero yo no me reconcilié con mi voz hasta mucho más tarde. Yo tenía un problema y es que yo parecía muy jovencito. Tenía cara de niño, pero tenía la voz muy grave. Y eso producía un choque un poco raro. Incluso algunos directores no me cogían al principio porque tenía la voz demasiado grave para la cara de niño que tenía. Entonces sí que tuve que en los primeros trabajos, sobre todo en Al salir de clase, tuve que agudizar un poco la voz. Yo tenía 24 por aquel entonces, pero la cara era de un chico de 17 o 18 y la voz era de un tío de 28. Entonces traté de agudizarla para poder hacer ese personaje. Durante mucho tiempo no estuve muy reconciliado con mi voz. Llegó un momento en que dije a la mierda, es la voz que tengo. Vamos a aprovecharlo y ya está.
Además de actor, es pianista, fotógrafo… No se aburre, ¿no?
Porque soy muy inquieto. Me faltan vidas para hacer todo lo que me gusta. También me gusta escribir. Estudié piano cinco años y toco el piano en casa, pero no me puedo considerar pianista profesional e igual con la fotografía. Estudié por mi cuenta. Me encanta la fotografía analógica, es mi pasión. Llevo siempre la Leica. Pero no soy fotógrafo profesional. Me hace gracia cuando de repente veo "Víctor Clavijo, actor y fotógrafo". Hombre, un respeto para los fotógrafos.
Está petándolo en Estados Unidos con La espera...
Bueno, ojalá que sea petándolo, pero nos están llegando muchas críticas muy buenas.
¿Le veremos pronto en Hollywood?
No, creo. Yo tengo cara de irlandés. ¿Tú has visto algún latino con acento latino y con cara de irlandés? (Risas) Sería el primero. Yo creo que no, pero ojalá me equivoque, porque siempre hay una primera vez.
¿Soñar con Hollywood es como despreciar o minusvalorar lo propio, como si eso fuera el gran éxito?
No, aunque evidentemente hay muchas oportunidades allí. Qué duda cabe de que tienen una gran visibilidad y no todo lo que haces en tu país tiene una gran visibilidad. Lo que sí tiene de maravilloso la industria americana es que no pregunta quién eres. Si le gusta algo, le gusta y lo apoya. Es menos clasista, me da la sensación, creo que lo que le importa es el talento. Y aquí no siempre nos importa el talento.
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