Formato estrella de la radio casi desde los comienzos, el radioteatro impuso historias y arquetipos que viven y reviven en la memoria popular.

Oscar Casco le susurraba a Hilda Bernard: "Mamarrachito mío", y el país enloquecía aún más que cuando Rolando Rivas prometía amor eterno a Mónica Helguera Paz, o cuando Martín Quesada grita a viva voz: “Sos mi vida” a Esperanza “Monita” Muñoz. Si bien las últimas estuvieron entre las novelas más vistas de la televisión argentina del último medio siglo, nada se compara con el éxito arrasador de los “radioteatros de las lloronas”, como la crítica despectivamente denominada a este fenómeno popular. Rescatemos la nota de Radiolandia de 1936, en los albores de una de nuestras mayores expresiones populares: “Las presentaciones en los cines y los teatros eran apoteóticas. Millones y millones de personas (sic) hacían fila frente a las boleterías, desde muchos antes que empezara la función. Y nos regalaban todas las cosas que se pueden imaginar. Chispazos de tradición era algo que no puede describirse. En Radio Belgrano recibíamos, cada uno de los intérpretes, montones de cartas todos los días”, comenta una perpleja actriz Tita Galatro. Hacía solamente cinco años que se emitía este clásico de Andrés González Pulido y que definiría la primera época del radioteatro. Anteriormente hubo intentos de llevar el teatro a la radio aunque recién se consolidaron en 1929 con La cacería del lobo de Fransisco Mastandrea en Radio Nacional, “una novela radial, la primera obra radiofónica que no concluirá en un solo día o en espacio de una audición”.
Allí se inaugura una época dorada de las pampas, con malos muy malos, estancieros o comisarios, y buenos muy buenos, gauchos en general, con alguna contrafigura cómica de la popularidad de Churrinche, y el fondo de música campera. Figuras esquemáticas que eran destrozadas por críticos como Homero Manzi en Micrófono: “¿De dónde sacan los autores estos modelos de gauchos tan idiotas?”. Sin embargo, el éxito hace que se levante una inmensa cultural alrededor con revistas en forma de folletines y libretos, incluso se comercializan miles de partituras de esas piezas. Si en 1922 había solamente mil receptores, en 1936 se contabiliza 1.500.000. Si en 1920 se transmitía desde azoteas, en 1935 se inaugura Radio El Mundo –actual edificio de Radio Nacional–, la más moderna y potente de Latinoamérica. Ya en 1926 Radio Belgrano había instalado filiales en las principales ciudades del país. Sobre esta inmensa plataforma cultural y tecnológica, las radios construírian el ser argentino en la vastedad de un territorio que recién en 1947 alcanzaría los 15 millones de habitantes. Y el radioteatro fue pieza clave con aquellos comienzos lleno de tradiciones argentinas.
De gauchos a malevos, de chinas a chicas de barrio
Tal fue el impacto del criollismo de la radio, con otros autores como Héctor Blomberg y Arsenio Mármol, tal vez el más sofisticado del terceto inicial con sus Estampas porteñas, que el cine de la época adopta aquellos melodramas históricos en las películas del “Negro” Ferreyra y Julio Irigoyen. Sí, no se sientan tan mal Pol-Ka y Underground de aggiornar viejas historias de Alberto Migré o Abel Santa Cruz. La pasión argentina por el melodrama insuflada por el radioteatro, y la explosión de compañías teatrales, de las cuatro de arranque, Mastandrea, González Pulido, Casares Pearson-Walk y Arsenio Mármol, a mediados de los treinta podíamos contar más de treinta que se intercalaban con producciones de las prestigiosas compañias de Lola Membrives y Leónidas Barletta.
El denominado teatro serio había tomado nota de los nuevos públicos antes que los tirapiedras de siempre que reclamaran en Sintonía a Jaime Yankelevich: “¿Dónde ha quedado la misión cultural de Radio Belgrano?”. Mientras tanto al aire se podían escuchar versiones en radioteatro de Víctor Hugo y Tolstoi junto a José Hernández y Sarmiento. Reflexionaba la autora de radioteatros Silvia Guerrico en 1940: “He recorrido pueblos donde los diarios llegan cada ocho días y los libros no existen, pero la gente habla de Cumbres borrascosas, Sangre y arena, El ciudadano, o Romeo y Julieta y ello gracias a las adaptaciones radioteatrales”
Van apareciendo nuevos géneros que enriquecen al radioteatro hacia los cuarenta, como las historias de arrabal de Jacinto Amenábar o tramas costumbristas de la clase media porteña que inicia La familia Pancha Rolón de Ricardo Bustamente, una tradición nacional de los medios masivos que sigue con los Pérez García, los Campanelli, los Benvenuto, los Roldán y seguirá mientras respire un productor argentino. También el radioteatro infantil triunfa con La pandilla Marylín y Las aventuras de Yakar y en 1951 vive su hora más gloriosa con Tarzán, el rey de la selva de Radio Splendid, que tenía sus propios desfiles con miles de niños difrazados y los clubes “Tarzanito” diseminados en Argentina, Chile, Bolivia, Uruguay, Paraguay y Perú.
Recuerda el periodista Carlos Ulanovsky: “A la altura del Toddy de la tarde (“Mamá, la leche tiene nata”, era un reclamo habitual) recuerdo, o eso creo firmemente, que no me perdí ningún capítulo de Tarzán, el rey de la selva, una licencia argentina, transgresora, de la original de Edgar Rice Burroughs. De esa formidable ficción de aventuras admiré la impecable banda de sonido y efectos especiales, que realmente nos instalaba en escenarios salvajes y, en particular, a quien hacía de Tarzanito, el actor Oscar Rovito, que era un niño cuando se sumó al elenco”, tal cual aparece en su reciente libro 365000 días de radio. 100 años, 100 voces de Editorial Octubre.
Muerte y transfiguración del radioteatro argentino
La sofisticación alcanzada entre los cuarenta y los cincuenta, fruto de la mayor alfabetización, el acceso a bienes culturales y una industria cultural poderosa, se exportaban millones de libros argentinos a Hispanoamérica por ejemplo, lleva a producciones notables con grandes artistas como López Lagar o Nora Cullen que perduran en la memoria popular. No es casual en esa década el inicio, un 9 de julio de 1950, de Las dos carátulas, el teatro de la humanidad, que aún se mantiene en el aire de Radio Nacional, el programa más longevo del mundo, y donde debutaron los enormes Norma Aleandro, Alicia Berdaxagar, Alfredo Alcón y Carlos Carella, o dirigieron los grandes de Armando Discépolo o Antonio Cunill Cabanillas, entre otros.
La muerte del radioteatro en los sesenta fue simplemente una migración hacia las novelas de la televisión, con los mejores escritores como Migré, Celia Alcantara o Nené Cascallar, que reciclaban viejas ideas de las más de 800 páginas semanales que escribían a todo vapor, una “suerte de círculo cerrado por los ojos ensimismados de las telespectadoras”, diría el estudioso Jorge Rivera. Y en estos tiempos de cólera y cuarentena el radioteatro revive con los nuevos medios, y las redes, a disposición de la imaginación sonora de los millenials y centenials. Porque el radioteatro nunca se fue como lo demostraron en los ochenta Lalo Mir, Douglas Vinci y Bobby Flores, en los noventa Mario Pergolini, o en los dos mil Fernando Peña, evocando las voces y fantasmas de los Guillermo Battaglia y las Carmen Valdés. Y nunca se irá mientras se encienda una radio argentina.
Fuentes: Ford, A. Rivera, J.B. Romano, E. Medios de comunicación y cultura popular. Buenos Aires: Legasa. 1985; Terrero, P. El radioteatro en La vida de nuestro pueblo. Buenos Aires: Centro Editor de América Latina. 1983.
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